Nota n° 2: Jóvenes y conciertos de rock en Dictadura: escenas, espacios y resistencia en la capital.

La escena rockera que habitó la cuidad de Santiago en Dictadura, logró conformar distintas comunidades, las que se abrieron paso -pese a las dificultades- en diferentes comunas a través de sus conciertos, convirtiéndolos en una experiencia social e individual sumamente valiosa. Este recorrido por la ciudad tras la huella de un fenómeno cultural complejo, nos permitirá acercarnos, desde la memoria, a los recitales y sus escenas producidas en Santiago durante la Dictadura.

En el segundo lustro de la década del setenta, la audiencia rockera se desarrolló con especial intensidad en diferentes comunas periféricas de la cuidad. Allí lograron convocar a un importante grupo de jóvenes que se congregaron en “discoteques” como la Profecía en Quinta Normal, Tinieblas en Maipú, Boom Boom en Estación Central, Concorde en San Bernardo, Pelo y Cocodrilo en Renca, Hueso en Independencia, Klímax y La Naranja en Santiago Centro, entre otras. En ellas, la audiencia conoció a diferentes bandas como Tumulto, Millantún, Arena Movediza, Los Trapos y Poozitunga por nombrar a algunas. 

La presencia de rock en vivo en las distintas comunas de Santiago generó movilidad en sus audiencias. Algunos afiches y difusión en medios escritos y radiales muy específicos, pero sobre todo el “boca a boca”, fueron los modos habituales de estar al tanto de los conciertos de rock en esos años. De una u otra forma, las agrupaciones rockeras fueron haciéndose de una fiel audiencia. 

Eduardo Valenzuela, guitarrista de Los Trapos, recordó en entrevista para esta investigación que “era el mismo público que se movilizaba para todos los lugares donde había recitales. O sea, los mismos que iban a Ñuñoa, iban a la Gran Avenida, o iban a San Diego, o iban a equis parte”.

 

Fotografía: audiencia junto al (y sobre el) escenario del Casino de la Medialuna de Maipú, disfrutando una presentación del grupo Millantún
(ca. 1975-1978).
Fuente: fanpage Raíces Maipucinas

 

Pese a las adversidades y el clima hostil que vivió la juventud después del Golpe de Estado, permanecieron sus gestos y actitudes de vida en sintonía con el rock. La revolución generacional, el sentido de comunidad, sus prácticas pacifistas, el amor libre, los cabellos largos y la intervención en sus ropas fueron parte de las prácticas de esa juventud que se reconoció en el hipismo. Este fenómeno, con todas las distancias del caso, se desarrolló en Chile desde fines de los sesenta y durante los primeros setenta, y según las entrevistas realizadas y la bibliografía revisada, posterior al Golpe muchos rockeros continuaron cultivando el espíritu hippie, al menos por algunos años más. 

Ramón Avello, también conocido como “Moncho” y “El Negro”, fue el administrador de la discoteque La Naranja, ubicada en calle Catedral con Sotomayor (Santiago Centro) y que en realidad era el nombre con que fue rebautizado el Teatro del Sindicato de Chilectra (“Teatro Sichel”) en la segunda mitad de la década de los setenta. Según recordó para esta investigación, “nosotros llevábamos mucha gente, dejábamos entrar mucha gente gratis, porque a nosotros nos interesaba estar juntos, es más, yo estuve viviendo dentro de la discoteque, los tres o cuatro años que la tuve, formé una pequeña tribu de hippies que la cuidaban”.

Sin embargo, en 1975, las políticas culturales del régimen militar declararon que "el arte no podrá estar más comprometido con ideologías políticas" y que “las manifestaciones de la creación artística deberán requerir la atención preferente del Estado”. Estas y otras indicaciones del régimen terminaron moldeando las transformaciones en la sociedad chilena, y en ella, los jóvenes no fueron la excepción. 

En los primeros años de dictadura, el rock no supo, o no pudo, desarrollar una mirada crítica hacia la institucionalidad. Luis José Hidalgo de Turbamulta comentó en el libro Prueba de sonido (2008) de David Ponce: “nunca tomamos una postura combativa. Tal vez porque nunca conocimos las letras-analiza-. Si uno va a tocar música en inglés tiene que saber lo que dice. Pero nosotros no sabíamos. No sabíamos, por ejemplo, que Woodstock fue un evento político de protesta. ¿Quién iba a imaginar que Quién parará la lluvia, de Creedence Clearwater Revival, estaba hablando de las bombas que caían en Vietnam?”.


Fotografía: audiencia en el Teatro Caupolicán contemplando de cerca la presentación del grupo Amapola. 
Fuente: Colección Pancho Conejera (QEPD). Referencia del recinto: Luis Álvarez, guitarrista de Amapola. 


Bajo este contexto, bandas emblemáticas como Tumulto optaron por ejecutar covers en inglés para evitarse problemas con la censura, pues así no corrían riesgos con alguna mala interpretación de las letras por parte de los agentes policiales, que los llevaran a sospechar de los músicos. A pesar de aquello, los conciertos igualmente fueron interrumpidos y allanados, con parte de los músicos y la audiencia golpeada y detenida. 

Eduardo Valenzuela, guitarrista de Los Trapos, recordó para esta investigación: “una vez hicieron un allanamiento en el Estadio Nataniel, estábamos tocando a todo chancho ‘papapapapá’ […] y llegan los pacos: ‘¡paren el concierto!’. Los músicos al centro, todo el público a los lados, revisaron a toda la gente, se llevaron como a diez personas presas”. 

De hecho, y tal como señalamos en nuestra Nota n° 1 y en algunos post publicados en nuestro fanpage, escenas como esas se vivieron incluso en recitales apoyados a través de organismos de la Dictadura, como la Secretaria Nacional de la Juventud y la oficialista Radio Nacional desde su programa “Los superdiscos”¹. Alejandro Martin, baterista de Poozitunga, recordó para esta investigación la intervención de carabineros en la tercera versión del festival Seis Horas de Música y Amistad, organizado por Los Superdiscos y realizado en el Estadio Municipal de La Reina en 1981: “había tocado Eduardo Gatti, Congreso, nosotros, […] y creo que después tocó Sol y Medianoche, iba a empezar a tocar, y ya cuando se empezó a oscurecer ‘¡fa!’ Se acaba la cuestión, se descolgaba harta gente y paraban el asunto”.

De este modo, los músicos y la audiencia de los conciertos de rock hasta fines de los años ‘70, a pesar de no cultivar un discurso ni una postura crítica a la Dictadura (optaron por el espíritu hippie y los covers anglosajones), estuvieron permanentemente expuestos a la represión y suspensión de recitales por parte de las fuerzas de orden. 


Fotografía: audiencia junto al (y sobre el) escenario en el Casino de la Medialuna de Maipú, mientras la banda Millantún ejecuta su repertorio (ca. 1975-1978). 
Fuente: fanpage Raíces Maipucinas


Sin embargo, a fines de la década del setenta y comienzos de los ochenta la actitud del público mostró ciertos cambios, saliéndose de los márgenes del comportamiento habitual. Enrique Lara, quien formó parte de esa audiencia, recordó para esta investigación que en la Sala Lautaro (calle Euclides, paradero 2 de la Gran Avenida) “caían botellazos del segundo piso, ahí ya era otro público también, era más carrete, no era como tanto disfrutar la música”. Nelson Olguín, baterista de Tumulto por esos mismos años, también recuerda que en ese recinto una vez “estaba desarmando la batería ahí y entran balazos, y dije ‘ya, esta hueá ya no tiene nombre, hay que arrancar de aquí’”. 

La audiencia, al parecer, dejó atrás lo contemplativo y mostró nuevos gestos en estos espacios. El público rockero, minoritario frente al escapismo de la música disco que por entonces arrasaba en los medios, encontró en el concierto otros valores y sensibilidades propias de su contexto. Al parecer, la hostilidad que se vivía en afuera de las discoteques y gimnasios, permeó la convivencia de estos recintos.

 En los primeros años ochenta, el recambio generacional y sonoro que experimentó la juventud, se halló con un escenario complejo. La “nueva” generación supo doblarle la mano a un régimen que se veía desafiado por las Jornadas de Protesta Nacional (1983-1986), convirtiendo galpones, gimnasios, ex sindicatos y casonas en lugares de resonancia para una audiencia ávida de música en vivo. Este tipo de recintos -en su mayoría céntricos- albergó los ‘raros peinados nuevos’ ochenteros, esa nueva oleada según la llamó Charly García en una de sus canciones. Escena alternativa de jóvenes que se reconocían lejanos a la comercialización y a los medios tradicionales, se convirtió en el underground santiaguino de esa década. 

 Claudio Rojas, baterista de la agrupación Vida y Muerte, comentó para esta investigación: “en el Anfiteatro Pudahuel antes hacían conciertos, pero estaba toda esta movida de Tumulto, de Arena Movediza, Poozitunga, Sol y Medianoche […]. Esta movida era de 10 a 15 [años] más viejos, entonces ponte tú, el público de Los Prisioneros tenía 20 años y el público de Tumulto tenía 35, eran públicos diferentes”. También recuerda que en radio Galaxia había un programa que sólo programaba rock chileno, “ahí yo pude conocer a Los Prisioneros, cuando estaban recién con el disco La Voz De Los ’80, que fue como un suceso igual, pegó así fuerte. Ahí también de esa época es Aparato Raro, también ahí entre medio el Pirincho Cárcamo mostraba algunas cosas como Sol y Medianoche, Tumulto, como eso que quedó en el olvido a finales de la década de los 70’s, porque la verdad es que como estaba la Dictadura estas bandas parece que no pudieron hacer mucha promoción”.

El Trolley, el Garaje Internacional Matucana (o simplemente Matucana 19), Galería Bucci, el Centro cultural Mapocho o la Casa Constitución, fueron algunos de esos recintos convertidos al arte y que ofrecían una parrilla que incorporaba teatro, performance, pintura, exhibición de documentales o recitales en VHS y otras expresiones artísticas. 

Una galería de arte se instaló en el número 256 de la calle Huérfanos, casi al llegar al cerro Santa Lucía, en pleno centro de Santiago. Abierta en 1973 por Enrico Bucci para el arte y la cultura, desde 1983 tomaría nuevos rumbos ofreciéndose como espacio para artistas plásticos de vanguardia, y también para agrupaciones punks y new wave. Así, el público se pudo encontrar con exposiciones de colectivos de arte y música envasada de artistas de vanguardia nacional, además de música en vivo ejecutada por agrupaciones tras la reja de una de las salas que daban a la calle. Estas presentaciones eran custodiadas sólo por un par de candados. 

Miguel Soto, más conocido en el medio como Gorlak, fue un fiel participante de estos encuentros. Para esta investigación recordó una memorable presentación de Fiskales ad Hok en esta galería: “yo estuve en una tocata donde tocan los Fiskales acá, llegan los carabineros y don Enrico [Bucci] en un ataque de valentía -que tuvo miles de veces con nosotros- cierra las cortinas, nos deja adentro, y ‘aquí no ha pasado nada’ y los pacos afuera, estaba quedando la cagá”. Dicha tocata se desarrolló en el contexto de una exposición de pintura del colectivo Contingencia Sicodélica, y el público sólo logró presenciar ocho canciones en poco más de media hora, según indica la revista Cauce en septiembre del año 88. Parte del público se fue del lugar detenido por carabineros. 


Fotografía: frontis de la Galería Bucci, ubicada en pleno centro de Santiago. En ella se logra apreciar la reja que resguardaba el escenario donde se presentaron algunas agrupaciones del punk y new wave. 
Fuente: perfil facebook Miguel Soto Vidal


La audiencia de este circuito underground en los ’80 llegaba de sectores marginados y en una buena parte de sectores medio-alto y acomodados, pero en ambos casos debían saber moverse por la cuidad antes, durante y sobre todo después del concierto. Por lo mismo, la decisión de ir a una tocata durante estos años resultaba ser un acto no menor. 

Gorlak recuerda: “pasaba que con el toque de queda te tenías que quedar en los lugares, porque después estaban los carabineros, estaban los milicos en las calles. Entonces al final tú decías: ‘chuta que hago’, no, y estábamos todos encerrados, de repente era de locos, pasas al otro día de largo, o te tenías que haber ido antes, porque si no quedaba la embarrada y llegaba la represión y llegaba muchas veces, se clausuraban los espacios, se terminaban las tocatas, se iban presos, nos íbamos detenidos, entonces era heavy”. 

Una de las tribus urbanas que se identificó con estos espacios contraculturales fueron los punks. Reconocidas son las presentaciones de bandas en las diferentes bienales que se organizaron en El Trolley (calle San Martin, cerca de la cárcel pública y de un cuartel de investigaciones) y en Matucana 19, a pasos de la Alameda. También frecuentaron otros escenarios como el gimnasio Manuel Plaza (Ñuñoa, frente a la Plaza Egaña), donde confluyeron con otro de los movimientos juveniles de mayor peso y presencia en el Santiago de fines de los ochenta, el thrash

Dennis Dañobeitia, parte de la audiencia en esos años, recordó esos recitales donde asistentes punks y thrasher compartieron espacios: “yo creo que más que juntarse, se topaban ahí. Porque lo que pasa con el punk, es que busca sus propios espacios, sobre todo en los inicios del punk no es cierto, los Fiskales, qué sé yo, los KK o los Dadá o los mismos Pinochet Boys… tenían que crear sus propios espacios, y los thrashers no le iban a entregar el espacio fácilmente, espacio bien ganado a otras tribus”.


Fotografía: afiche del Festival Alcholocaust II, realizado en la legendaria Sala Lautaro, lugar de recurrentes festivales vinculados al thrash metal. En el cartel, sin embargo, se puede apreciar bandas punks como Anarkia y CAOS participando del evento, evidenciando momentos en que ambas culturas convergieron en el mismo espacio.
Fuente: perfil facebook Miguel Soto Vidal


El público que acudía a estos recitales se reconocía con poleras de estampados de calaveras, chaquetas de cuero, jeans ajustados y rajados, idealmente con zapatillas Converse caña alta o Nike y con viseras vistosas inclinadas hacia arriba, estéticas recurrentes en estos conciertos. Se trató además de una audiencia que, lejos se contemplar pasivamente a la banda sobre el escenario -como en la década anterior- comenzó a ejercer su derecho a participar más activamente de esos encuentros, especialmente haciendo uso de sus propios cuerpos para ello. 

Así, según recuerda Dennis Dañobeitia, en la Sala Lautaro “terminabai los conciertos y parece que te hubieran andado caracoles por el cuerpo, así lleno, así de saliva seca hueón, brillante, era asqueroso, pero así era. Y mucho headbanger, de hecho, me acuerdo que terminábamos al otro día con dolor de cabeza, headbangers es mover la cabeza para adelante y para atrás y eso teniai que tener el pelo largo idealmente. Mucho pollo, que era escupo, que era como una forma de reconocimiento yo creo, de aceptación, de aplausos, porque ahí nadie aplaudía, terminaba [el recital] y ¡paaa! lluvia de pollos, mientras más lluvia de pollos mejor lo hiciste. Y mucho stage, mucho subirse al escenario y tirarse… varias fracturas, varias ambulancias muchas veces, porque las caídas eran estrepitosas”.

Ese tipo de experiencia era común cada fin de semana, como también las constantes llegadas de carabineros e incluso detectives en pleno recital. José Ihnen, bajista de Chronos, recordó para esta investigación los riesgos del público a la hora de acudir a un recital: “yo creo que a cualquier manifestación pública llegaban los pacos, llegaban los ratis también, los ratis eran peores que los pacos, […] los hueones entraban a los camarines así de una, no te andaban preguntando nada, eran heavy los compadres, esos eran bastante más cuáticos que los pacos”.


Fotografía: audiencia en un concierto de thrash metal en el mítico gimnasio Manuel Plaza.

Fuente: Fanpage Legión Metal Chile


El habitar y/o frecuentar estos conciertos dedicados al rock (junto al metal y al punk), era a priori riesgoso y peligroso para administradores de locales y sobre todo para el público asistente. Si bien los episodios de represión ocurrieron, en su mayoría, durante los conciertos con allanamientos y al terminar estos con detenciones, no fueron parte de la persecución o detención en sus domicilios, como si ocurrió con el público del Canto Nuevo.

Da la impresión que estos recitales y su público eran controlados, por un lado, debido a los efectos socioculturales (y eventualmente políticos) que podía tener la permanente reunión juvenil masiva, y por otro, debido a las políticas que el régimen destinó hacia jóvenes que parecían perder el rumbo consumiendo marihuana y alcohol; usando el pelo largo, parado o pintado; vistiéndose con flores y colores, o con vestimentas oscuras, desaliñadas, rotas y con puntas metálicas.

A su vez, pareciera que la violencia entre la audiencia de esos recitales fue incrementándose producto de la cada vez más evidente y denunciable represión de los organismos del estado hacia la población, lo que tarde o temprano llegaría al espacio privado permeando conductas y, por consiguiente, a las escenas rockeras y sus recitales. Éstos prácticamente se convirtieron en válvulas de escape juvenil de los últimos años de la Dictadura.

Jorge Canales
Integrante del equipo de investigación

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 ¹Radio Nacional fue la emisora oficial de la dictadura. El programa “Los super discos” funciono entre los años 1978 y 1982 y se dedicó a difundir rock local y extranjero de la mano de su locutor Juan Miguel Sepúlveda.

Comentarios

  1. Gran nota!

    muy interesante el tema de que aunque generalmente se habla de un apagón cultural, pareciera ser que esto no fue tan así, y que incluso hubo un cambio de generación, distintas tribus, espacios, estilos, etc. También me llamó particularmente la atención el tema de los pollos, es una curiosa manera de aplaudir jaja. Y bueno, es un ejemplo más de como la represión era salvaje, quizás cuantos grupos por miedo no pudieron despegar. En fin, gran trabajo!

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  2. La Sala Lautaro merece un capítulo aparte, uno de mis primeros pasos como músico y donde ocurrieron tantas anécdotas (como para escribir un libro)

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