Nota n° 1: Rock, conciertos y coerción.
El análisis de cualquier experiencia cultural para el tiempo de la dictadura, debe considerar la coerción como una variable relevante. Ésta tuvo su momento de mayor impacto entre los años 1973 y 1987; entre el Golpe de Estado y el último toque de queda decretado. Con matices a lo largo del período, el tiempo más complejo fueron los primeros años, hasta 1978, que Tomás Moulian, en su libro Chile actual. Anatomía de un mito identificara como “fase terrorista”, época en que un estado con rasgos policiales regía el orden social chileno.
El rock y su experiencia social en Chile por cierto que se vio afectado por esta situación. En un sentido estructural, las medidas represivas afectaban todos los ámbitos: se declaró Estado de Sitio en todo el territorio nacional, el toque de queda impedía la libre circulación, por el Bando nº 37 se establecía que el Mando Militar tenía el control de todas las transmisiones radiales, y la Ley de Seguridad Interior del Estado permitía la censura indiscriminada, entre otras medidas. Si a ello se le suma la intervención y/o eliminación de instituciones culturales como universidades, editoriales o sellos discográficos, y el exterminio de opositores a la dictadura -muchos de ellos agentes culturales-, el panorama para el desarrollo del rock de aquellos años fue, por decir lo menos, complejo. Sin embargo este, a diferencia de la Nueva Canción Chilena, no fue un movimiento musical reprimido directamente por la Dictadura; su carácter de no-comprometido con el gobierno popular y sus líricas en general sin contingencia política, marcaban la diferencia.
Quema de libros realizada por un grupo de militares el 23 de septiembre de 1973, tras un allanamiento masivo a las torres de la Remodelación San Borja. Fuente: www.biobiochile.cl
La experiencia del concierto de rock en su relación con el aparato represivo de la Dictadura tuvo, por lo mismo, matices que es posible dilucidar. Para ello, podemos analizarlo sobre la base de dos variables que convivieron de modo simultáneo: una en tensión y la otra en integración.
La actitud del público en las tocatas de rock que se podían realizar en la fase inicial de la Dictadura era, como no, sumamente tranquila. Dentro del concierto era una burbuja; “en ese tiempo era piola, era pura marihuana no más”¹, relata Enrique Lara, público frecuente de recitales de rock de aquel tiempo. Testimonios cuentan que, “en los comienzos” la actitud era contemplativa, tranquila, de “escuchar buena música”, lo que parece haber sido un resabio de las experiencias de música en vivo previa al Golpe de estado; “la gente quería vacilar no más, quería estar en un concierto de rock… yo creo que lo que menos querían era hacer escándalo”, recuerda Alejandro Martin, baterista de Poozitunga. Sin embargo, hacia fines de la década de 1970 la actitud parece cambiar. La magnitud de algunos acontecimientos realizados a comienzos de la década de 1980 implicaron ciertos desbordes de público que obligaron a los productores a llamar a la calma, la moderación y el orden. Se terminó plasmando dentro del concierto, lo que sucedía fuera de aquel.
Esto nos lleva a aquella primera variable: la tensión. La sociedad toda estaba en estado de vigilancia estructural, ante lo cual el público joven se rebelaba íntimamente. Consumo de más marihuana que alcohol, ocasionales desbutales y a veces romilar, ayudaban a pasar las noches en toque de queda. Detenciones por sospecha eran frecuentes, casi rutinarias. “Pasábamos todos los fines de semana presos”, recuerda Enrique Lara. “Una vez que llegabas a los conciertos ya no podías salir por el toque de queda”, recuerda Soledad Domínguez, vocalista de Sol y Medianoche. A los conciertos “de repente igual llegaba la DINA, qué se yo… ‘¡Y las mujeres acá y los hombres allá! Y todo el mundo botando todo al suelo: la droga, los pitos, todo, porque en el baño abajo [de la disco Klimax] se vendía de todo… porque tú no sabías a quien iban a elegir llevar”, recuerda la misma Soledad.
La represión en el rock se hizo evidente y de conocimiento público hacia 1980 y 1981, con los acontecimientos sucedidos en los recitales “6 Horas de Música y Amistad”, organizados por el programa Los Superdiscos de Radio Nacional. En la primera versión, realizada en el Court Central del Estadio Nacional, la represión directa se hizo patente tanto afuera del recinto, donde “estaba lleno de pacos esperándolos a todos [los jóvenes del público] así, casi en túneles, esto como callejón oscuro esa onda, como que fue bien duro…”, comenta Alejandro Martin; como dentro del recital, en medio de las presentaciones, donde el mismo Alejandro comenta: “Yo me acuerdo que estaba tocando Tumulto, estábamos adentro en los camarines y de repente se descolgaban los pacos de no sé dónde y caían al lado tuyo, con ametralladoras y chao, se acabó la cuestión”. Juan Miguel Sepúlveda, organizador del evento y conductor del programa radial anfitrión, recuerda sobre la versión realizada en 1981 en el Estadio Municipal de La Reina:
“Estaba todo muy bien. El escenario era chiquitito. El tema es que había que pararlo. Llegó la orden a carabineros y entró un piquete creo que a las dos horas, tres horas. Ya había actuado Congreso, Alejaica, Sol y Medianoche, como cuatro cinco grupos… Poozitunga creo que había actuado también, y de repente me agarran unos cuatro o cinco carabineros, de alta esfera. ‘Oiga, señor don Juan Sepúlveda, esto usted tiene que pararlo ahora, ya”.
Poozitunga en el Primer Encuentro Chileno de Música Contemporánea (considerado como la tercera versión del festival 6 Horas de Música y Amistad), realizado el 19 de diciembre de 1981 en el Estadio Municipal de La Reina. Fuente: fanpage Poozitunga.
El recital se evidenciaba ya no como una mera vía de escape, una burbuja en la que protegerse; era un evento más dentro de una sociedad en coerción, con desmadres, excesos y represión. Un evento organizado por la radio oficialista por excelencia, como lo fue el recién mencionado, podía igualmente ser reprimido.
La coacción muchas veces pasó a mayores. Yanko Tolic, respecto a las tocatas de su grupo Massacre en la sala Lautaro hacia los años ‘80, afirma que “había un capitán muy nazi, y todos los días viernes o sábados, cuanto tocaba, mandaba buses con carabineros y tomaban detenido a toda la gente que estaba haciendo la fila. Incluso entraron una vez, tomaron detenido a todo el público, y a uno que estaba medio loco le pegaron y lo mataron”. La dictadura cívico-militar de Pinochet en su máxima expresión de brutalidad política ejercida desde el Estado.
La represión se hacía patente tanto fuera como dentro del concierto. En el exterior el control de las multitudes, las detenciones por sospecha y los abusos eran pan de cada día. Gerardo Figueroa, melómano, comenta al respecto la diferencia entre la experiencia musical cómoda de escuchar discos en el hogar, y aquella del concierto de rock. La resume en una palabra: adrenalina. Recuerda en este sentido su asistencia a un concierto hacia 1988 en el Estadio Nataniel, cuando fue “la primera vez que iba a un concierto y estaban los pacos ahí, y con la idea de todas las historias que a uno le contaban; que en cualquier momento los pacos podían entrar y cortar el concierto, y que en cualquier momento los pacos podían meterte preso”.
José Ihnen, luego de haber tocado en la disco Klimax junto a su grupo Chronos, se fue con sus amigos al automóvil que tenían estacionado a unos metros para escuchar la grabación recién realizada del evento musical. “Nos metimos al auto, empezamos a poner la cinta y de repente compadre, paran unos hueones delante nuestro, se bajan como cuatro hueones pelados compadre y eran pacos civiles hueón… y nos empezaron a hueviar compadre”, relata. “Nos empezaron a hueviar, a putear, y ‘por qué están acá afuera, y qué están haciendo’ y la hueá, nosotros le decíamos que estábamos escuchando música, y ‘a donde la viste… cachamal [bofetada en la nuca]’ y toda la hueá ¿cachai?, no hueón, fue una situación realmente muy tensa. Nos tuvieron ahí para la paipa como una hora”, prosigue.
Pero el rock tuvo, al mismo tiempo, una forma más integrada de desarrollo. Ello en parte porque, como decíamos, el rock chileno en cuanto movimiento musical no fue directamente objeto de represión. Sobre la producción, partiendo de la base que condiciones de estados de excepción impedían el desarrollo normal de eventos masivos, ésta se las arreglaba para generar conciertos. Ocasionales vínculos con agentes del Estado de parte de productores y músicos, permitían una proyección del recital de rock desde incluso la fase más coercitiva de la Dictadura. A pesar de la necesidad de permisos de la policía para la realización de eventos masivos, recitales de música entre ellos, las relaciones personales muchas veces subsanaron ese obstáculo. La amistad con algún jefe de policía local, un alcalde o alguna autoridad comunal designada, por no nombrar vínculos con instituciones como la Secretaría Nacional de la Juventud, permitían driblear los controles y producir conciertos.
‘Moncho’ Avello, administrador de La Naranja, uno de los emblemáticos lugares de tocatas de aquel entonces (teatro del Sindicato de Chilectra, ubicado en calle Catedral esquina Sotomayor, Barrio Yungay), comentaba que sus relaciones personales con los carabineros de la 7ª Comisaría del sector le permitían driblear ciertas restricciones y generar eventos sin mayores problemas de control. “Los carabineros, en vez de atacarnos, nos cuidaban”, recuerda. La experiencia era casi esquizofrénica, si la advertimos en sincronía con aquella tensión represiva de la que dábamos cuenta en párrafos anteriores.
En los sectores altos de la capital los eventos se sucedían con las dificultades propias de un estado de excepción, pero igualmente se realizaban. Eduardo Valenzuela, integrante de Los Trapos, recuerda que “hay mucha gente que reclama y dice ‘que no, que con la hueá del golpe militar se acabaron todos los lugares’ mentira compadre, esa hueá, la gente no sé por qué lo dicen, nosotros nunca paramos de tocar y nosotros tocábamos puta, desde Las Condes hueón, hasta La Pintana hueón ¿cachai?”. Colegios seguían organizando kermeses, e incluso instituciones solemnes como las escuelas de formación militar incorporaban al rock en sus celebraciones y actos de esparcimiento. El mismo Valenzuela afirma: “a nosotros nos llamaban y nosotros íbamos, tocábamos en la Escuela de Aviación, tocábamos en la Escuela Naval, en montones de partes”.
Salvoconducto a nombre de Eduardo Valenzuela, guitarrista de Los Trapos, extendido el 20 de julio de 1974, autorizando su regreso a casa tras actuar en la Escuela Militar. Fuente: facilitado por Eduardo Valenzuela.
Posiblemente el mayor ejemplo de esta dimensión integrada entre Dictadura y rock se dio en 1989. Dicho año, en medio de la carrera presidencial, la candidatura oficialista del ex-Ministro de Hacienda, Hernán Büchi, tuvo en el rock al protagonista de uno de los actos de campaña. Ignacio de los Ríos, productor de conciertos en aquel tiempo, recuerda “invitamos a todos… fueron hueones de todos los partidos, se llenó la hueá”. El concierto denominado “El rock está con Búchi” reunió en el Parque Isabel Riquelme de San Joaquín a bandas como Poozitunga, Tumulto o Millantún, en una controvertida y circunstancial síntesis rock-política.
Afiche del concierto "El rock está con Büchi", realizado en el Parque Isabel Riquelme (San Miguel), el sábado 11 de noviembre de 1989. Fuente: cuenta twitter Fiskales ad Hok.
Desde el factor coercitivo de la dictadura de Pinochet, la experiencia social a través de los conciertos del rock, en aquel tiempo tuvo dos rostros. Uno de ellos fue en tensión; jóvenes asistentes a los conciertos fueron detenidos, violentados, molestados, reprimidos. Pero tuvo otro, en integración; conciertos fueron tolerados, a veces incluso incentivados o promovidos por organismos vinculados a la dictadura. Fueron dos caras de una misma moneda, lo que constituye una experiencia cultural que bien puede representar simbólicamente un aspecto de la sociedad chilena en el tiempo comprendido entre 1973 y 1989.
César Albornoz
Integrante del equipo de investigación
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¹Todos los testimonios incorporados en el texto, fueron extraídos de entrevistas realizadas en el proceso de investigación del proyecto N° 5899901, “Conciertos de rock en Santiago durante la Dictadura. Investigación histórico-musicológica y mapeo”, Fondo de la Música, convocatoria 2021.
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